Por Yeimy Baez, Vladimir Rivera
En nuestra casa el piso está rayado irremediablemente desde que compramos el primer triciclo para Juan Andrés, se notan los surcos del paso por las pistas imaginarias recorridas una y otra vez. Ya sea con las bicicletas, el triciclo o la patineta, su intención y la de su hermano Martín es impulsarse, lograr velocidad, calcular el radio de las curvas para no golpearse y hasta aprender cómo caerse. Desde pequeño Juan Andrés ha preferido pedalear a patear un balón, y se ha emocionado hasta las lágrimas con los triunfos y derrotas de los escarabajos colombianos en las carreteras del mundo; éste deporte de sacrificio reservado solo para los más valientes, ha capturado la atención de nuestro hijo desde siempre.
Hace poco aprendió a andar la bici sin ruedas de apoyo, lo cual nos implicó horas de convencimiento de que lo iba a lograr sin lastimarse; pero su determinación y ver triunfar a sus ídolos hizo que pedaleara con más fuerza, una y otra vez, hasta lograrlo. Para Juan Andrés la bicicleta es sinónimo de libertad y esfuerzo. Y desde que la conoció nos asegura que no tendrá jamás un carro porque su deseo es recorrer la vida en dos ruedas y con la fuerza de sus piernas y su espíritu, nos repite siempre que le gustan más los pedales que el motor.
Casi de inmediato nos pidió entrar a clases de BMX porque se quería probar en las pistas, le parece increíble que en la bicicleta, ¡también se pueda volar!
Juan Andrés adora su bici por que le gusta hacer fuerza para pedalear y se ha convertido en su pasión más latente que va más allá de ser bueno o ser el mejor, lo impulsan las ganas de empujar constantemente para lograr velocidad y probarse a sí mismo, y aunque él confiesa que la velocidad lo asusta sabe que es necesario lograrla para poder llegar a la meta. Esa sensación es la que lo hace regresar a la pista y preferirla por encima de cualquier otro plan.
En cada montaña, en cada peralte hemos visto como los pequeños superan los obstáculos que son de un tamaño increíble para su edad y sus límites se amplían a cada pedalazo. Las caídas son frecuentes; Juan Andrés sufrió una en su quinta clase que lo llenó de miedo y dudas, y a pesar de que no abandonó su bicicleta lo hizo pensar seriamente el enfrentarse a la pista. Sin embargo la resiliencia y la perseverancia se impusieron y aprendió que en la pista y en la vida siempre existe la posibilidad de caer y también la decisión de levantarse para continuar.
Así, día a día la bicicleta se ha transformado en un elemento clave en la ormación de nuestros hijos porque tiene lecciones para todos en la familia, con ella hemos logrado aproximarnos más a ellos y entender que la vida es como las pistas y que esos aprendizajes que atesora desde los 5 años le servirán para siempre.
Ahora nuestro hijo menor Martin ya usa su bici de balance con gran maestría, logrando equilibrio y probándose frente a la velocidad, tratando de imitar a su hermano y creando nuevas aventuras en dos ruedas.
Los pedalazos definitivamente construyen, no solo techos, también construyen esperanzas para nuestros hijos y oportunidades infinitas para aprender.
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